Señales antidemocráticas en Brasil

La situación política internacional es tan inestable que en los primeros días del año la realidad contradijo las predicciones para 2023 de los más destacados politólogos. Habían dedicado centenas de páginas a Irán, China y Estados Unidos y unas pocas líneas sobre Brasil, cuyas principales instituciones democráticas fueron salvajemente atacadas el 2 de enero. Las comparaciones con el ataque al Capitolio a principios de 2021 son inevitables, aunque, a diferencia de Donald Trump, Jair Bolsonaro no estaba ya en funciones y no se encontraba físicamente en el país. Estados Unidos, el pináculo de la democracia en el siglo XX, se ha convertido en un exportador de insurrección en el siglo XXI. De hecho, existen importantes vasos comunicantes entre estas fuerzas políticas que mantienen en su seno grupos antidemocráticos.

Un ex jefe de campaña de Trump, por ejemplo, se apresuró a glorificar a los asaltantes brasileños, calificándolos de “luchadores por la libertad”. Lo hizo en las redes sociales, donde estos grupos militan y propagan mentiras entre ellos, completamente fuera de la órbita de la mediación y de las reglas de los medios tradicionales. Podría decirse que hoy, ya hay millones y millones de votantes que rechazan vivir dentro de los equilibrios del sistema. Otro punto de contacto que se destaca es la preocupante polarización de las sociedades democráticas, algo que lamentablemente también va tomando densidad en Argentina. No hay nada insólito en que las elecciones democráticas se decidan por márgenes mínimos, como ocurrió ahora en Brasil y en Estados Unidos.

El problema es la enorme brecha entre los candidatos. Al día siguiente, es prácticamente imposible encontrar un ganador capaz de hablar con los que no votaron por él. En efecto, la vieja costumbre de escuchar al presidente electo decir en la primera oportunidad que gobernará para todos los ciudadanos parece estar al borde de la extinción. Los ganadores, así como los perdedores, se convirtieron en facciones. El problema es aún más grave cuando el grupo perdedor no acepta los resultados simplemente porque perdió. Es una película de terror democrático que ya hemos visto varias veces. Primero cuestionan los votos, después denuncian un presunto fraude, que los tribunales aseguran que no se produjo y en la última etapa de furor recurren a la violencia bajo el silencio cómplice o incluso incitador del candidato derrotado. Algunos analistas sostenían que, tal vez, Lula no tenía el perfil ideal para esta elección, que pedía un candidato de centro en condiciones de unir al país o al menos de dialogar con sus dos hemisferios.

Finalmente, Lula fue el candidato y aceptó alianzas con grupos políticos de centro derecha, gana la elección y eso marca la diferencia. Toda la diferencia. Sin embargo, una democracia basada en el mal menor y dominada por un lenguaje político cada vez más agresivo trae consecuencias preocupantes para nuestras sociedades. En particular en el discurso público. Ejemplo de esto, aunque pocos lo notaron, es que en las elecciones intermedias norteamericanas CNN ocupó el tercer lugar en audiencia por primera vez. ¿Por qué? Porque los ultraconservadores siguieron la noche electoral en Fox News y los ultras progresistas en MSNBC. El gran aviso que nos lanzan los atentados de Brasilia y Washington es este: el centro político está desapareciendo. En la Argentina se abre una nueva incógnita.

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